El rumor empezó allí, en el claro de un bosque ignorado de los hombres e ignorante de sus estaciones.
Primero, fue un simple susurro aislado.
De madrugada, un escalofrío inusual recorrió la copa de un arce. Estornudó y pidió disculpas dejando caer una sonrisa sobre el musgo.
Luego, se estremeció también un abedul. Pero los abedules, ya se sabe: tiritan por cualquier motivo, así que nadie sospechó nada.
Y el día transcurrió cálido, como los anteriores:
Mirlos escandalosos con banquete de moras, hormigas espigadoras en cada recoveco, elfos peinando las cabezas hirsutas de las incipientes castañas y gnomos sacando brillo a las piedras del sendero con lágrimas de resina.
Todo normal.
Todo normal... hasta que al cabo de unos pocos días, en los árboles mudaron los cantos.
Y el rumor rápidamente se extendió por medio de las ardillas que avisaron a las lechuzas que se lo comentaron a los ciervos que a su vez, después de deliberar con jabalíes y ratones, decidieron pregonar con voz sonora la buena nueva:
"¡Ha llegado nuestro otoño!"
Y ya no fue sólo rumor sino clamor.
Y con el alboroto, se despertaron las hadas pelirrojas que sonrieron felices.
¡Por fin les tocaba a ellas!
Dejaron sus escondites de liquen listos para acoger a sus hermanas rubias de la estación anterior: muy pronto llegarían y se merecían un descanso.
Y ellas, desperezándose, cantaron alegremente, desde todos los árboles, el poema del otoño, repartidor de tareas:
Para las artistas:
Pintar las hojas despacio, una a una, sin repetir colores, cuidando los matices, respetando las características de cada planta. Un delicado maquillaje con gotas de miel, rubor de manzana y reflejos de atardeceres morados. Y perfilar con lapiz-avellana y el ingrediente enigmático del ámbar líquido.
Y sin olvidar añadir los detalles que luego darán voz al viento y su sinfonía caprichosa.
Para las meticulosas:
Hacer recuento de setas, colocarlas en círculos, hileras o grupitos y sobre todo, sobre todo etiquetarlas (tarea de suma responsabilidad).
Y preparar los almacenes que pronto se llenarían de bayas, piñas, nueces y semillas.
A las más jovencitas, deseosas de pasear, les fue asignado el oficio de carteros: de riachuelos en arroyos, entregarían la notificación de tener listos los lechos y las orillas donde las nubes irían a instalar su fábrica de neblinas azulonas.
Otras debían llevar la hoja de ruta a las aves viajeras que llevaban unos días esperándola con impaciencia.
Las hadas mayores fueron encargadas de explicar el plan de retirada a los tozudos insectos rezagados .
Y otras tenían que revisar alquitaras y frascos de perfumes para empezar a vaporizar cada rincón del bosque en cuanto cayesen las primeras lluvias.
A las hadas más aventureras, se las mandó fuera del bosque, a las praderas, para enseñar a los bulbos de cólquicos el camino de la luz y rogar a los demás un poco de paciencia...
...Y mil cosas imprescindibles que se tienen que hacer en esta época del año.
Porque no se las oye como a sus hermanas del verano, tan exuberantes, tan bulliciosas, no vayáis a pensar que las hadas del otoño son ociosas.
No, no son ociosas.
Es que las hadas pelirrojas trabajan en silencio.
En profundidad. En silencio...
En el bosque, sólo un leve rumor las delata...
Pompita de otoño.
.