miércoles, 27 de noviembre de 2013

Relato juevero en el cementerio

Noche tensa de miércoles a... Jueves de relato
 y respondiendo temblorosa a la convocatoria de Charo... y su hijo.
 http://charocort.blogspot.com.es/2013/11/este-juevescementerios.html

 Aquí os dejo mi divagar sobre la palabra

                                                  "Cementerio"
 


"Vive cerca del cementerio y noche tras noche, recorre sus senderos, olisqueando sin tregua, entre las hojas y los árboles.
Lee cada estela con detenimiento en busca de ayuda. Sabe que tiene que cambiar cosas en la compleja estructura de las conexiones de un cerebro, en las arterias de una vida.
Se lo han suplicado con lágrimas en los ojos...
Y dispone de poco tiempo... sólo unas horas. Las nocturnas.
Apartando ratas y ratones, revuelve concienzudamente entre los montones de cadáveres en busca de esto o aquello que necesita con urgencia: se ha comprometido con varios clientes impacientes.
Un sudor frío corre por su frente pero no le queda más remedio a pesar del sueño letal que le acecha:
Es su medio de vida. Negro.
O más bien, lo único que le queda para sobrevivir desde que...
Noche tras noche, como vampiro desesperado, vaga por las angostas calles del cementerio de los "cacharritos" muertos por mal uso.

Es el ex-técnico de la (ahora cerrada) tienda de la esquina:
                                              "Reparación de ordenadores"

Pompita nocturna con ulular de lechuza asustada.

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martes, 26 de noviembre de 2013

Cuento de terror de otoño invernal



Habiendo agotado su interés por el monopoly y diluido los colores del parchís, no sintiendo especial inclinación por los sencillos y alegres dados, fichas o cartas, ignorando deliberadamente el juego de la Oca y el solitario, según ellos, aburridos, ni sabiendo ya a qué jugar,
sacaron el tablero de los 64 escaques.
(Cualquier cosa antes que repasar el inglés de cursos pasados... o leer... o mirar las nubes componiendo églogas y sonetos)

Mientras las hadas azules del invierno ya araban el campo y mimaban la tierra, unas retorcidas brujas de dientes grises urdían sus fechorías en la oscuridad desde la apertura del mercado central de la gran urbe.
Los genios malignos pronto las convencieron de que, para matar esas interminables jornadas de época glaciar que ellos mismos habían engendrado, lo mejor era sentarse alrededor de una mesa
y jugar todos reunidos o mejor aún, todos contra todos.

Pronto se intuyó que la retransmisión televisiva del torneo iba a ser...
                          ... tensa e interminable.

Como en una gigantesca y dantesca partida de ajedrez de final azaroso, el movimiento del Universo, apurado de tiempo, no era sino el indicio de una batalla campal anunciada.
Situados en la primera fila, los pobres duendes camineros, caían como moscas. Ni los más atrevidos conseguían una promoción, repelidos por cuchillas ponzoñosas.
Flanqueaban el temible y gélido cuadrilátero unas altas torres doradas, imponentes e impasibles, desde donde locos arqueros oteaban un horizonte en blanco y negro.
Siniestros relinchos de corceles de cartón-piedra zigzagueaban el cielo plateado de las tardes invernales, transportando munición de efecto retardado.
Los supuestos reyes de la galaxia, andaban pasito a pasito, ahogados por su apetito desmesurado y el de su prole.
Las reinas del cotarro, maullando como gatas en celo, con lenguas y uñas afiladas y atacando a la descubierta, segaban a diestro y siniestro y sembraban sus posos de café mohoso y leche agria más allá del tablero of the sumisa plaza mayor.
El suelo cuadriculado de adoquines medio levantados dejando entrever la utópica playa, estaba cubierto de putrefactos cadáveres inocentes y el aire puro azul celeste del otoño-invierno se tornó irrespirable por la contaminación.
En cada movimiento del cronómetro se oían los eructos malolientes de un chapapote invasor y vomitivo.
Las arcadas se sucedían entre los asistentes mareados.
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Como lo suyo era, en cualquier estación, jugar en la calle, al aire libre,
a las canicas, el pañuelo o las tabas,
con su bocata de pan con chocolate en la mano,
los niños, aburridos, terminaron por apagar la caja de Pandora.
Y tumbados en la hierba, preguntaron a las nubes a qué hora pasarían las próximas bandadas de aves que les llevarían de vuelta al asteroide B 611 (vecino del 612 ya habitado.)

De pompita en pompita y tiro porque me toca...
              porque me tocan las narices muchas cosas ultimamente.

Sí, prefiero seguir jugando a la rayuela o la Oca,
y sigo sin saber jugar al ajedrez y cada día me gusta menos la tele y....


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martes, 19 de noviembre de 2013

Sé que te acercas...


Las aves me avisaron hace unos días deletreando tu nombre en el cielo. Pero no hacía falta: ya sabía que te estabas acercando. Nos conocemos desde hace años y aunque algunos días me dejo engañar con falsas sonrisas de primavera, sé que nunca tardas en volver, provocador, implacable. Te temo. Ya mis manos se descontrolan, se abrazan compulsivamente para darse valor, se acarician mutuamente para consolarse de la impotencia de sus ruegos en suplicar clemencia. Desde la misma planta de mis pies me sube un rumor sordo, arrítmico, lento o punzante que me hace trastabillar. Noto tus dedos largos en mi pelo, tu soplo en mi nuca. Mi piel se estremece, se eriza al recordar tus manos grises, insistentes e insidiosas que escarban hasta mis huesos. Te cuelas por todo mi cuerpo. Ni una parcela de mi ser se libra. Mi cerebro se embota, paralizado de terror ante su depredador. Sé que no tengo escapatoria por mucho que haya aprendido a luchar contra ti. Nada me sirve. Todos mis esfuerzos son parches. Ya estás aquí. Cerca. Muy cerca. Me asustas. Te intuyo en mi estómago que se encoge, que rechaza tu aliento desapacible. En mi espalda contraída, atemorizada. Me acechas, lo sé. Me parapeto trás espejismos de cosas y actitudes que otrora me servían. Arenas cálidas. Sol de pleno verano. Pero cada día me engaño peor. Cuanto más te acercas, menos me encuentro. Tengo frío. Me vuelvo torpe. Me achanto. Me bloqueo. Mis rodillas se doblan y mis hombros se inclinan como pidiendo perdón por no sé qué pecado. Resucitas viejas heridas y creas nuevas. Hurgas en ellas sin miramientos. Todo mi cuerpo cruje, lastimoso. Sé que pronto me harás llorar de dolor y de rabia. Mis mejillas entumecidas se quedarán sin sangre. Mi nariz, insensible a otros perfumes. Mis orejas se tornarán de cristal. Y mis labios se congelarán en el escudo irrisorio de una mueca tonta, sonrisa crispada. Mis labios, frágiles, resquebrados, dolidos por tus besos como sanguijuelas ávidas, como vámpiros alterados que se alimentan del poco calor que me costó acumular. Cada día te temo más. Ya estás aquí.
Soy friolera y llegas, a paso de cierzo.

Llegó el frío.

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martes, 12 de noviembre de 2013

Mantenimiento



Después de pasarse meses sin reparar en ella por culpa de la playa y sus atractivos, cuando empezaron a caer las hojas se acordó de que tendría que averiguar lo que le pasaba: como todos los años, la iba a necesitar para trasladar árboles pesados de un sitio a otro.

Una primavera florida y un verano frutal se gestan en un otoño de mimos a la tierra y sus cosas. Cualquier buen jardinero lo sabe y más si pretende disfrutar a tope de su vivero particular.

Cuando la compró, muy barata por cierto, funcionaba de maravilla con sólo engrasarla de vez en cuando. La rueda giraba alegre y dócil al más mínimo empujoncito. Cargaba sin rechistar con los tiestos de flores, los ladrillos, el estiércol o lo que le echara. Las empuñaduras eran suaves al tacto. Su pintura nueva alegraba el rincón de la parcela... una ganga de carretilla que le había llamado la atención desde el escaparate.
Y durante un tiempo, vió justificado su impulso al comprarla y deshacerse de la anterior.
Pero ella llevaba rebelde desde la primavera: cuando no era el eje torcido, era un pinchazo y cuando no, el óxido producto de las noches olvidada a la intemperie o las abolladuras debidas a la sobrecarga de arena, de piedras o de leña.
¡Qué dura es la vida de la carretilla en ciertas tierras!

A final de primavera, él creyó que con una manita de pintura y unas gotas de aceite, solucionaría el problema... pero la pintura resultó ser de mala calidad y por no se sabía qué razón, hasta las gotas de aceite chirriaban entre ellas y se le soltaban tornillos que ni sabía para qué servían.
Como no se resignaba a tirarla al contenedor, la seguía utilizando aunque echaba pestes de ella a menudo a la vez que sentía a ratos mala conciencia por el poco cuidado que había tenido con ella.

Desde la estantería del invernadero, la estatuilla china protectora de las cosechas que le habían regalado cuando la compra, esperaba, callada y enigmática, preguntándose con qué moneda había pagado la carretilla en el macro vivero de las afueras...


Pompita desde el almacén de bricolaje y jardinería
                         buscando pintura, aceite y más cosas.

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martes, 5 de noviembre de 2013

Calabazas

A veces pasan cosas raras entre mis sobres de semillas... ¿Será por mis despistes o porque hay un duende de otoño sembrando desorden en mis estanterías?...
No lo sé pero...
Érase una vez una semilla de calabaza normalita que, no se sabe porqué, se encontró con gente sorprendente, exótica, con verrugas, con pinta de sombrero, con vocación peregrina o con colorines de body-paint.


Al verse ella diferente, se le hinchó el ego y empezó a fantasear con un futuro más alentador que ser simple decoración.


Miró por encima del hombro a las tomateras agonizantes que se concentraban en chupar las últimas gotas de sol de un otoño que no se resignaba a abandonar el verano.
En su rincón, el perejil soñaba con asados; la mata de apio no dijo ni mú pero pensó:"Ya nos veremos tú y yo. Ya nos veremos..."
Las patatas ni se enteraron del asunto, las zanahorias tampoco.
Esto es lo que pasa cuando vas a lo tuyo, en tu mundo subterráneo:
no te enteras de nada.


Empezó la calabaza a engordar y engordar y ya se veía como a su prima del cuento, transformada en carroza tirada por ratones.
Pero ratones quedaban pocos por arte del gato negro y ella era moderna y decidió volar.
Y empezó a trepar. A volar por encima de las demás gente del huerto.
Tenía ideas vagabundas. De titiritera, de volatinera, funambulista, equilibrista sobre el trapecio de las estacas que apenas sostenían su peso.


A ratos decidía ser burla de Samhaín en la noche de Difuntos
o soñaba con hacerse famosa en la tele.
Y así pasaba sus días... soñando, engordando, soñando, engordando y mirando las musarañas (las que quedaban)
Y sin estudiar otras posibilidades de futuro...
Sin estudiar... ¡Ay! calabaza, calabaza...

Hasta que...¡zas! Cayó y terminó en la olla donde se encontró con viejos conocidos: el apio, la patata, la zanahoria y el perejil ya troceaditos y dorándose a fuego lento bajo la atenta mirada del azafrán esperando su turno.



-"¿Cuántos cucharones quieres?"
- Tres, por favor. Me encanta esta sopa.
- Ahí van: Un, Dos, Tres."
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Pompita de sopa de Ruperta... hum... ¡qué rica!
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