Habiendo agotado su interés por el monopoly y diluido los colores del parchís, no sintiendo especial inclinación por los sencillos y alegres dados, fichas o cartas, ignorando deliberadamente el juego de la Oca y el solitario, según ellos, aburridos, ni sabiendo ya a qué jugar,
sacaron el tablero de los 64 escaques.
(Cualquier cosa antes que repasar el inglés de cursos pasados... o leer... o mirar las nubes componiendo églogas y sonetos)
Mientras las hadas azules del invierno ya araban el campo y mimaban la tierra, unas retorcidas brujas de dientes grises urdían sus fechorías en la oscuridad desde la apertura del mercado central de la gran urbe.
Los genios malignos pronto las convencieron de que, para matar esas interminables jornadas de época glaciar que ellos mismos habían engendrado, lo mejor era sentarse alrededor de una mesa
y jugar todos reunidos o mejor aún, todos contra todos.
Pronto se intuyó que la retransmisión televisiva del torneo iba a ser...
... tensa e interminable.
Como en una gigantesca y dantesca partida de ajedrez de final azaroso, el movimiento del Universo, apurado de tiempo, no era sino el indicio de una batalla campal anunciada.
Situados en la primera fila, los pobres duendes camineros, caían como moscas. Ni los más atrevidos conseguían una promoción, repelidos por cuchillas ponzoñosas.
Flanqueaban el temible y gélido cuadrilátero unas altas torres doradas, imponentes e impasibles, desde donde locos arqueros oteaban un horizonte en blanco y negro.
Siniestros relinchos de corceles de cartón-piedra zigzagueaban el cielo plateado de las tardes invernales, transportando munición de efecto retardado.
Los supuestos reyes de la galaxia, andaban pasito a pasito, ahogados por su apetito desmesurado y el de su prole.
Las reinas del cotarro, maullando como gatas en celo, con lenguas y uñas afiladas y atacando a la descubierta, segaban a diestro y siniestro y sembraban sus posos de café mohoso y leche agria más allá del tablero of the sumisa plaza mayor.
El suelo cuadriculado de adoquines medio levantados dejando entrever la utópica playa, estaba cubierto de putrefactos cadáveres inocentes y el aire puro azul celeste del otoño-invierno se tornó irrespirable por la contaminación.
En cada movimiento del cronómetro se oían los eructos malolientes de un chapapote invasor y vomitivo.
Las arcadas se sucedían entre los asistentes mareados.
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Como lo suyo era, en cualquier estación, jugar en la calle, al aire libre,
a las canicas, el pañuelo o las tabas,
con su bocata de pan con chocolate en la mano,
los niños, aburridos, terminaron por apagar la caja de Pandora.
Y tumbados en la hierba, preguntaron a las nubes a qué hora pasarían las próximas bandadas de aves que les llevarían de vuelta al asteroide B 611 (vecino del 612 ya habitado.)
De pompita en pompita y tiro porque me toca...
porque me tocan las narices muchas cosas ultimamente.
Sí, prefiero seguir jugando a la rayuela o la Oca,
y sigo sin saber jugar al ajedrez y cada día me gusta menos la tele y....
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