jueves, 23 de abril de 2015

Costurero


Hay libros que te enamoran desde las primeras páginas. 
Que te hablan. Que te embelesan.
Y que, al cerrarlos, te dejan con una sonrisa en los labios; aunque te quedas con pesar por la magia que se termina. 
Es lo que me pasó hace unos años con este libro:

 “Los hilos del corazón” ("Le coeur cousu") de Carole Martinez

Lo releí hace poco y algunos párrafos o capítulos son para mí pequeñas joyas. 
Dignas de ser regaladas en un día como hoy. 
Como éstas y otras muchas a lo largo de un libro a veces tierno, otras duro; pero siempre teñido de fantasía:


No os voy a "destripar" la historia (ni sabría hacerlo). Sólo intentar haceros llegar un poco de su poesía y las ganas de leerlo si no lo conoceis ya; 
O releerlo para empaparos de nuevo de magia lectora. 
Siguiendo el vuelo errático de una mariposa. O escuchando el relato de sus vivencias efímeras.
Un costurero, para mí lleno de ecos en esta fecha.


El costurero de mi madre fue mi primera cueva de AliBaba. 
Y mi juguete más entretenido para ejercitar sentidos, para reconocer colores y formas. Y el tacto cálido del huevo de boj de los meticulosos remiendos. Y los olores de las telas nuevas o viejas, el cosquilleo en la nariz al acercarla a los trocitos de piel suave.
E incluso sorprendentes sabores pues a mis pocos años, las tizas de dibujar patrones sobre las telas, esas tizas, envueltas en su papel de seda,  se me antojaban de caramelo que había que catar, para adivinar con los ojos cerrados si eran la rosa o la azul.

Mi primer acercamiento a los números, contando-cantando botones esparcidos en la alfombra, formando retahílas sinuosas de trenes de vagones dispares o agrupándolos en conjuntos de colores, de tamaños o de dos agujeros o cuatro. 
Y haciendo collares o pulseras, trenzando hilos de bordar o ensartando botones, alternando flores de nácar, calidez de madera o hueso y anclas marinas de metal dorado; botones-relicarios llenos de recuerdos y que sus manos previsoras guardaban para darles otra vida. 

Mi primer contacto también con lo que hiere, corta o pincha y que hay que aprender a manejar con cuidado y respeto, observando.
Tijeras varias, algunas de formas curiosas, rectas o curvas, como el pico de diferentes pájaros alimentándose de telas diferentes. O tijeras enormes con dientes de cocodrilo. 
Y el erizo del acerico, enjoyado de cabecitas de cristal multicolor. 
Y jugar con el imán para recoger todos los alfileres sencillos en su cajita de cartón.
Tres o cuatro dedales. Uno de plata con sus iniciales.

Aprendizaje estimulado por el encantamiento de los muchos retales que siempre se podían combinar de infinitas maneras; y hacer, con lo aparentemente inservible, algo nuevo.
Retales siempre llenos de sorpresas que la navidad traía para mi muñeca: diminutos sombreros y bolsos, colchas del tamaño de un pañuelo multicolor o vestiditos para cada estación. Y que, curiosamente, eran igualitos, igualitos a los míos...
Despertar del juego de imitar. Cosas caseras, prácticas y modestas. Estuches para los lápices, bolsas varias, fundas de libros o cuadernos... 
Tantas cosas se pueden hacer con retales, hilo e imaginación ¿verdad?

Por ejemplo, impactantes obras de arte naïf como este patchwork del cual os traigo sólo un cachito. Como una página de un libro de tela. Como un manuscrito iluminado que no necesita texto para plasmar su mensaje.
Tapiz descubierto en una iglesia de Bath algunos lustros después.
Tapiz de paciencia y puntadas diminutas que me maravilló unos meses antes que el libro pero que para mí va unido a él, por su ingenuidad a veces, sus escenas primitivas y duras otras pero sobre todo por el conjunto de su derroche de colorido y de fantasía. De imaginación.


Composición de retales que, al igual que las lanas de mis mantitas de sofá, están llenos de sentimientos y recuerdos que arropan el presente. 
Como en esta película que me encanta también (a pesar de la traducción románticona de su título): 

                                            https://www.youtube.com/watch?v=PNIiPBsnftI 

 Aquí otro costurero. El mío. Poco activo hoy; pero que ha visto pasar también muchos momentos de disfrute. 
Y su apéndice del bolso, mi primer intento adolescente en el juego de juntar cositas; muy ajado ya de tanto pasearlo y donde guardo ahora las tareas de aguja "pendientes de" que, lo confieso, a veces tienen que esperar mucho tiempo...


... desplazadas por mi otro “costurero”, escondido en el primer cajón.
Que hace poco he vuelto a abrir.  
Futuros pedacitos me esperan.



Pompita hecha de retales: libro, película y costureros.
Pompita de recuerdos bonitos que quería compartir con vosotros.

                   Para desearos un   ¡ Feliz Día del Libro !
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