viernes, 30 de diciembre de 2016

Regalos de Año Nuevo

Al nacer yo, mi hada madrina fue muy generosa con sus regalos. Y a menudo le doy las gracias por ello. Sin embargo existe un don que no le dio la gana otorgarme (sus razones tendría) ; un don que a menudo echo de menos: el saber dibujar.
Bueno... por supuesto que sé dibujar algunas cositas, como mucha gente creo... pero mis dibujos son siempre iguales de sosos y hasta a los niños les dan risa... Y lo peor... luego me miran con pena.
Deben de pensar: "Tan mayor y ni sabe dibujar la última nave espacial a Marte y siempre nos dibuja lo mismo, pobrecita...")

Para muestra de mi arte con el lápiz, un botón.
(Bueno, como hoy me encuentro generosa...tres botones por el precio de uno. Para que luego digáis.)


Así que no sé cómo haceros llegar mis regalos... (¿de verdad no os apetece disfrutar de la compañía de un elefantito o un gatito?... Vale. Lo entiendo... Os podéis quedar con el botón de todas formas. Siempre viene bien tener un botón de más. ¿no?)

Pero mi hada particular era muy lista y puso en mi camino a mucha gente que me inspira. Y con uno de ellos me siento bastante identificada; bueno... a él le gustaban los aviones y a mí, no. Pero salvo este detalle sin importancia, le pasaba lo mismo que a mí: era un poco torpe en esto del arte de dibujar animalitos para alegrar a quien lo necesitaba. No sabía dibujar otra cosa que boas en pleno proceso digestivo (un tema interesante pero que nadie entendía: lo interpretaban como sombreros.) (la gente tiene más poca imaginación... Y como decía mi gran amigo Antoine: "Los adultos siempre necesitan explicaciones...")

Pero tuvo una idea genial... Así que, admirando hoy un hermoso atardecer que me lo recuerda, me inspiro en él, en una de mis lecturas favoritas desde hace tantos años y ...


Ahí dentro, si buscáis con ganas e con ilusión de niños, encontraréis lo que más os apetece para el Año  2017.
Ya sé que todos tenemos deseos en común a nivel planetario pero algunos de nuestros deseos son muy nuestros, muy íntimos. E igualmente difíciles de conseguir...
Sin embargo, espero de todo corazón que cada uno dé con el suyo. Y si no está vuestro regalo deseado en la caja mágica de este año, en la búsqueda, mes a mes, encontraréis otras cosas que os podrán alegrar igualmente. Seguro.

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Pompita con todo mi cariño para 2017.

PS. Nos vemos dentro de nada. :)
Si logro no atragantarme con las uvas... O terminar como casi siempre, como un hamster, con seis uvas en cada moflete.
No sé si es casualidad pero tengo comprobado que... ¡siempre me tocan las uvas más gordas! :D
Ps bis:  tampoco sé dibujar un hamster...
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martes, 20 de diciembre de 2016

Rito de invierno

 

Desde hacía unos días, estaban nerviosos, incómodos, expectantes... Una curiosa desazón que les quitaba el sueño o a ratos les submergía en imágenes inexplicables. La niebla circundante mucho tenía que ver en el asunto: no se veía a tres pasos y el aire algodonoso los envolvía con su aliento frío.
Lo más desasosegante era el silencio: ni un crujir de ramas, ni un solo pájaro cerca.
Pero notaban llegar un temblor profundo, un gruñido sordo desde el vientre de la tierra. Todos retenían la respiración; incluso los más pequeños, los más parlanchines.
Hasta que de pronto los vieron llegar: vestidos de marrón y verde, calzados de gruesas botas, la cabeza cubierta de gorros negros, armados hasta los dientes .
¡Los hombres! ¡Los hombres habían llegado al monte!
Y un escalofrío de terror recorrió el bosque...
Ya lo entendían, ya lo recordaban: era lo de todos los años... Los hombres iban en busca de abetos jóvenes. Para el sacrificio de siempre, el rito bárbaro de arrancarles a sus hijos para ornar sus casas para el disfrute de los suyos.
De repente se elevó un tornado, una ráfaga de protesta profunda de siglos de esclavitud que recorrió todo el monte; y desde las raíces de la vieja teja hasta los abedules del riachuelo pasando por el musgo de los robles y las acículas de los pinos esbeltos, todos se confabularon para esconder los abetos jóvenes a la vista de los hombres.
Los cubrieron de hojas muertas y de telarañas pegajosas, rodearon su pie de hormigueros gigantescos o zarzas pinchudas. Los arroyos, con furia, arrancaron las rocas que ellos utilizaban de puentes y crecieron sus aguas imposibilitando el paso. La niebla borró cualquier reflejo de sus ojos garzos y elevó un grueso muro infranqueable entre los hombres y los abetos.
Y funcionó.
Los hombres, desconcertados, ya no encontraban las marcas rojo sangre que habían pintado en los troncos elegidos; los senderos les eran desconocidos, no aparecían los mojones antiguos. La brújula se había vuelto loca y después de dar vueltas y más vueltas por este monte que les echaba, los hombres volvieron hacía la ciudad, cabizbajos. Incapaces de explicar lo que les había pasado allí arriba; ni siquiera entendían su impulso de subir al monte pues la niebla invadió también su mente y borró hasta el recuerdo de abetos pasados. Sólo recordaban las bolas coloradas y las lucecitas brillantes. Y nada más...

           A raíz de este acontecimiento extraño, en cada casa los niños empezaron a ...

... Vosotros ¿sabéis lo que hicieron los niños?...
                                         Seguro. Y me lo vais a contar...

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Pompita de Navidad y mi sonrisa para cada uno de vosotros. :)

martes, 6 de diciembre de 2016

El cajón de los recuerdos

Al abrirlo se tropezó con una libretita olvidada, empezada con ilusión pero que pronto fue desplazada por ... ni recuerda por qué asuntos, triviales o no, que royeron las horas, los días, los años...
La siguieron unas fotos donde escudriñar rostros y paisajes, recordando fechas, con nitidez, o sitios, confusamente... o al revés.
Cartas y postales. Libros y puntos de lectura. Esbozos de cosas sin terminar. Regalos sencillos y entrañables.
Había sobre todo un batiburrillo de papelitos sueltos, dibujos y esquemas, propios y ajenos, frases emocionantes, cintas de colores, llaveros sin llaves... objetos dispares, inclasificables; de ésos que ni sabes porqué los guardas como si fuesen tesoros.
Porque lo fueron. Quizás.
Salían de todas partes, como un ejercito de nostalgias varias, disparándole entre los ojos, sin miramientos, con crudeza.
Las había viejas, suavizadas ya, aceptadas hacía tiempo con un suspiro resignado o una sonrisa agradecida.
Y las había más recientes.
De ésas que todavía huelen a yodo y sal; como las conchas de un verano no tan lejano, pero ya sin su brillo de mar.

Y surgió la pregunta: "Y ¿qué hago con todo esto?..."

Y volvieron al cajón.
El de la memoria selectiva que protege sus secretos sonriendo.
Ésa que no olvida nada de lo bueno que pasó.

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Pompita mirando los secretos de un cajón.
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